miércoles, 14 de agosto de 2013

Cerebros.

Llegó a su casa destrozada. ¿En qué momento se le ocurrió hacerle caso a su amiga para salir justamente ese día? Notó su vivienda igual de sola e inhabitada que de costumbre y se sintió cómoda por primera vez en todo el día. Eran las cuatro de la madrugada; una hora perfecta para ducharse y ponerse a leer. Un momento… si ya no le quedaban libros nuevos para leer. Había olvidado por completo ir a la biblioteca. ¡Maldita sea! Era hora de poner en marcha el plan b: música.
Colocó en el reproductor de música el primer disco que alcanzó de Extremoduro, se tendió en el sofá y empezó a disfrutar de la buena música.
La despertó el sonido del timbre. ¿Quién podría ser? Miró el reloj de pared que tenía en el salón; las 2 de la tarde. ¿Qué horas eran estas de venir? No tenía ganas de levantarse, quería seguir tumbada aún más tiempo. Volvían a llamar. Estaba dudando si subir el volumen del reproductor de música o apagarlo completamente. Quizás si cambiase de disco… volvían a llamar ¡Joder! Se levantó y apagó el reproductor de música. Seguían llamando a la puerta. Bueno, ahora que lo pensaba, no parecía que estaban llamando a la puerta, más bien parecía que la estaban golpeando y, por lo que recordaba, desde hace rato. Esto ya empezaba a ser sospechoso. Un escalofrío recorrió su espalda. Estaba… atemorizada.

Honrando su fama de persona poco precavida, se dirigió hacia la entrada. El sonido de la puerta aumentaba a cada paso que ella daba, en mitad del silencio oscuro y frío de su casa. Al abrir la puerta, vio a una especie de humano demacrado entrando torpemente a la casa. Parecía que aquel monstruo se había dado un baño de ácido sulfúrico, ya que su piel estaba totalmente descuartizada y rojiza. Tenía los ojos totalmente negros, oscuros, sin alma. Se abalanzó hacia ella logrando hacerla caer. El mutante empezó a toquetear su ropa y arañar dolorosamente su piel. Ella gritaba. Un profundo miedo se apoderó de ella. Empezó a gritar aún más fuerte mientras pataleaba inútilmente. ¿Qué cojones era esa extraña y terrorífica criatura? No le importaba, solo quería zafarse de lo que tenía encima cuanto antes, o no viviría para contarlo. Pataleó aún con más fuerza y logró apartar al horrible mutante de su vista por un segundo. Respiraba entrecortadamente por la agitación anteriormente vivida. Antes de que la bestia consiguiera cogerla, ella salió corriendo hacia la cocina. Debía alcanzar un cuchillo antes de que esa cosa la matara. El pánico la inundaba cada vez más. Esta terrible pesadilla debía ver su fin ya, o si no, se volvería loca, pensó. Oía los fatigosos pasos del mutante cerca de ella, justo detrás. Aterrada, buscó algún cuchillo para acabar con aquella espantosa criatura. Abrió el cajón y empezó a rebuscar, mientras volvía a sentir las sucias manos de la bestia en su hombro. ¡Dios, coge ese maldito cuchillo de una vez y clávaselo en el cráneo, no hagas más el imbécil! El mutante la hizo caer otra vez y arrastrase por el suelo. Sintió sus dientes clavados en su brazo y un dolor agonizante la embriagó. Vio cómo el mutante empezaba a mordisquear con ansia su brazo; la sangre corría por todo su cuerpo y el dolor se hacía insoportable. Con un último esfuerzo, se levantó y agarró el primer cuchillo que pudo encontrar; se lo clavó directamente en la cabeza… oyó perfectamente el sonido del cráneo al crujir. La sangre empezó a salir de la herida del mutante y dejó de moverse. Tras ver que era evidente la muerte del monstruo, el dolor del brazo empezó a notarse más. Era casi insoportable. No se atrevía si quiera a dirigir la vista hacia su brazo destrozado por la agonía del… horrible mutante. El olor a sangre estaba empezando a marearla. Entre la terrible vista que tenía de un ser muerto  y el asqueroso olor que había en el ambiente, no tardaría en vomitar todo lo que tenía dentro. Se sentía tan cansada… tan demacrada. No tenía fuerzas ni para levantarse. Se arrastró como pudo a una esquina de la cocina. Con cada movimiento su dolor aumentaba. Respirar se hacía terriblemente agotador… y, al fin, llegó a la esquina de la maldita cocina. ¿Era ella, o todo estaba siniestramente oscuro? No, se le empezaba a nublar la vista, eso era… ¿qué le estaba pasando? El dolor se hacía tan insoportablemente fuerte que la obligaba a gritar y retorcerse, aún sin haber visto la gravedad de la herida. Pero ya no le dolía solo el brazo, ahora todo su cuerpo sentía punzadas de dolor. Hubiese vendido su alma al diablo por un solo puto segundo sin sentir absolutamente nada, por estar en calma. Las lágrimas corrían por su rostro al igual que la sangre seguía manando de su herida. Se sentía sucia. No podía ignorar el hecho de que se estaba quedando ciega, su vista se veía cada vez más nublada, al igual que sus pensamientos. Se sumió en la más profunda de las agonías, sintiendo cómo se ahogaba poco a poco, sintiendo cada punzada de ese dolor infernal que la atormentaba cada segundo, sintiendo como se alejaba de sí misma. La invadía otro ser. Un último pensamiento pasó por su mente cuando aún estaba consciente… cerebros.