Aunque duela, seguimos vivos. Incluso cuando el dolor se
hace casi insoportable, no nos vamos. Podemos quejarnos hasta decir basta, pero
el dolor sigue ahí; tan patente como al principio. Da igual si a cada suspiro
tu cuerpo se tambalea y llega hasta límites que nunca imaginaste… sigues aquí.
Seguimos aquí. Nadie sabe por qué aguantamos tanto, es un misterio. O quizás
no. Y llega a doler tanto que necesitas levantarte y echar a correr y olvidarte
de todo y no dejar que las lágrimas caigan. Y, y, y… hay tantas cosas que
hacemos para intentar erradicar el dolor que sería imposible enumerarlas todas.
Podemos obviarlo, hacerlo imperceptible a los demás, pero de poco sirve. Ahora
que estás cansado de correr y te falta el aliento, descansas. Benditos segundos
en los que no sientes nada, en los que solo respiras como si no hubiese
suficiente aire en el mundo, como si tu alma se separase de tu cuerpo más que
de costumbre. Aún no te has muerto, ahora no te apetece morir. Pero, después…
el dolor vuelve. Y todo vuelve a empezar. Y sabes que, aunque duela, sigues
vivo. Y aquí.