jueves, 1 de agosto de 2019

Me ha dado por escribir. Pensaba dar explicaciones pero para qué si nadie me lee y, lo más importante, no tengo porqué darlas.
No voy a poner nada importante por aquí. Lo valioso nunca ha estado en este portátil. Si acaso un poco de falsedad y tecleo, más del rutinario.
Supongo que, aunque no haya receptor del mensaje, tengo que cuidar las formas. No debo ser maleducada ni una niñata engreída.

miércoles, 16 de julio de 2014

Sin nada que decir.

Yo sólo decía que la noche me afecta, que no digo dos frases coherentes seguidas. Que antes, el dolor, asustaba. Ahora sólo es un viejo compañero más que se ha sumado a la soledad, a la depresión y a mi alma. Que tener la certeza de estar triste por un día más se convierte en rutina. Que mentir a todos y cada uno de los “¿estás bien?” cada vez es más sencillo y dudo menos en hacerlo. Que, por sonreír, no cambia el interior ni la oscuridad. Que ya no es sólo refugiarse en la música, es formar parte de ella; y eso me gusta. Que ya todas las historias que imagino acaban con un final roto, como este.  

jueves, 17 de abril de 2014

No puedo huir de mí misma.

Es imposible. Y justo hoy lo he intentado; con todas mis ganas, con toda mi furia, con todo lo que mi cuerpo ha dado de mí. Pero no puedo. Por más que corro siempre me encuentro. Quizás hoy haya estado a punto de conseguirlo, pero me he encontrado con mi maldito árbol. Sí, tú; eres mío. Y yo soy tuya. Contigo puedo sentirme libre, pero, joder, no puedo huir de mí. Aunque he de decirte que algunas veces das mucho miedo. Hay algo en ti que me fascina y me atrae pero, a la vez, hace que tiemble de puro terror ¿Qué guardas? ¿Qué escondes? Te alzas robusto y fuerte ante mí para quedarte callado y no decir nada. Ni siquiera sé si sabes que estoy aquí, junto a ti.
Por desgracia, también puedo ver tus cicatrices. El tiempo no perdona ni a los más veteranos ¿Cuánto habrás sufrido…?
Es bonito tenerte como acompañante, apenas molestas. Y, oh, qué bonitas son tus hojas al moverse al ritmo del viento. También eres el hogar de una salamanquesa ¿eh? Supongo que tus habitantes te serán más fieles que yo. Total, solo soy una minúscula mota de polvo a tu lado.
Parece que te estás despertando, tus ramas se mueven con una grandeza propia de reyes ahora. Al menos te dignas a saludarme. Mala suerte la mía que ya me tenga que marchar…
Un placer, querido árbol, el haber compartido, otra vez, unos momentos de soledad.



                                       Araceli, siempre tuya. 

martes, 1 de abril de 2014

¿Dónde conociste a la Luna?


Le gustaba dar largos paseos por el bosque. Era como su “pequeño-gran” lugar donde nadie más que ella entendía lo que sentía. Siempre iba acompañada de su IPod para escuchar música. Tenía la costumbre de escuchar “Las Cuatro Estaciones” de Vivaldi apenas empezar el trayecto hacia su mundo. Cada vez que escuchaba esa pieza descubría cosas nuevas, ya fuesen senderos, criaturas o nuevos matices en la melodía.
El aire puro la hacía sentirse más viva, un poco más… humana. Las personas que habitaban el mundo “real” le parecían vacías, inhumanas, carentes de sentimientos... “El mundo está loco”, decían; pero ella no creía en esa frase. Creía que era diferente. Un bicho raro, como se suele decir. No formaba parte del puzle. ¿Por qué la vida se complicaba a veces tanto?
No pocas fueron las veces en las que se bañó en el lago del bosque. Le daba igual la época, el frío no era obstáculo. Le encantaba sentir el agua helada acariciando los dedos de sus pies y, más tarde, sus tobillos. Se metía lo más despacio posible para notar el agua por todo su cuerpo. Cuando ésta llegaba a las puntas de su pelo se acordaba de que tenía que recogérselo para no tener que secárselo, ya que tardaba mucho. Pero ya que las puntas estaban mojadas no le importaba demasiado y se metía tal y como estaba. Siempre le ocurría lo mismo, era un despiste de chica. También nadaba en el lago cuando llovía. Era una sensación extraña sentir el agua de maneras distintas. Parecía un choque de texturas. Le gustaba. Al salir del lago le encantaba secarse al sol, aunque en invierno se dedicaba a calentarse con rapidez y volver a ponerse la ropa. Pero en verano tenía la manía de estar al sol, no sabía por qué. De pie, sentada, tumbada… no le importaba, pero al sol. En ese período de tiempo podía escuchar con tranquilidad el sonido del bosque; los pájaros trinar, los ciervos andar, las hojas moverse… toda una orquesta sinfónica.
Cuando terminaba de vestirse, dirigía otra vez la vista al lago y se volvía a acercar. Al estar el agua sin perturbaciones podía ver su rostro sin problemas. Pelo exageradamente largo y despeinado que le llegaba por los codos de color castaño, piel pálida, nariz pequeña, labios finos y unos enormes ojos oscurísimos color café. Al verse reflejada, sonreía. En aquellos momentos sentía eso que llamaban felicidad y no tenía por qué esconderlo. El lago también ofrecía una realidad distinta en el hermoso cuadro que se formaba en sus aguas;  ahí la vista parecía más triste, pero con millones de historias que contar. El mundo paralelo que le regalaba era, como mínimo, interesante. Los árboles parecían mágicos y se le antojaban enormes personas de carne y hueso. Las aves simulaban peces nadando en el cielo y éste evocaba un grandísimo océano lleno de nubes “submarinas”. Vivir ahí tiene que ser raro, pensaba. Deseaba zambullirse  en esa realidad tan distinta a la suya. Seguro que se estaría mejor volando por el cielo, sin las preocupaciones  que ocupaban su mente actualmente.
Al terminar de admirar el lago por última vez, volvía a internarse en el frondoso bosque. ¿Cuántos secretos esconderán estos caminos vírgenes? ¿Habría alguna persona en el mundo tan enamorada de este paraíso como yo? Su cabeza entraba en ebullición; siempre le daba vueltas a lo mismo cada vez que llevaba un determinado tiempo paseando. Prefería seguir obviando un poco más las voces de su cabeza, no quería volver al mundo exterior tan pronto.
Llegó un día en el que encontró una ruta diferente a la habitual. Anduvo y anduvo hasta casi perder de vista los árboles. El camino se empinaba cada vez más y se empezaba a cansar. Al fin llegó a la cima. Se encontraba en lo alto de un precipicio, viendo unas vistas preciosas de la puesta de sol. Si miraba abajo podía observar el bosque en el que tanto tiempo había estado durante su vida, el bosque que amaba, el bosque que guardaba una parte de sí misma. Sus ojos se perdían por todas las tonalidades verdes del paisaje. Respiró con fuerza, como si no hubiese suficiente aire en el mundo para satisfacerla. Clavó la vista en el horizonte y se precipitó al vacío. Ni ella misma supo por qué lo hacía. Quizás al fin había encontrado una respuesta para todas sus preguntas, quizás se había aburrido de buscar la clave a su vida… nunca lo sabremos.
Y esta, querido y desocupado lector, es la historia de una misteriosa y confundida chica a la que nunca nadie logró entender del todo.
Con amor, un bosque que echa de menos a su pequeña intrusa.

El pequeño y ajetreado conejo terminó de leer la carta en voz alta. Se encontraba en una amplia madriguera abastecida de muebles llenos de galletitas de chocolate y zanahorias (sí, a este peculiar conejo le encantaban las galletitas de chocolate, por raro que parezca) con otro conejo más. Vestía un elegante traje con motivos florales y, por su actitud, parecía que estaba eufórico.
-¡Al fin tenemos noticias del bosque! ¡Ya era hora de que despertase!- empezó a decir.- ¿Quién será esa tal chica?
-Cálmate, lo más raro es que nos la encontremos paseando por aquí. Está muerta ¿no lo leíste?
-Este universo paralelo es mágico, aprende a soñar. Aún parece que vives en tu primer mundo…
-Bueno, dejemos el tema. ¡Tenemos que partir hacia la fiesta!
-¡Es verdad! ¡Llegaremos tarde!
Sin más adornos ni florituras, salieron pegando saltitos de la madriguera en dirección al gran bosque del lago.



Despertó. ¿Dón… dón…dónde… dónde estaba? Se incorporó y miró a su alrededor. ¿Era esto… su bosque? Imposible. No le transmitía lo mismo. Esto… esto… ¡era el interior del lago! Todo se asemejaba con plena exactitud al bosque, pero completamente al revés. Incluso si miraba al cielo podía ver el bosque; sus frondosos árboles, sus aves volando a ras del suelo, algún que otro ciervo curioso adentrándose al mundo en el que se encontraba para beber agua… ¡qué curioso! Estaba en el lago. Iba a llorar de felicidad.
Se levantó del suelo y empezó a andar por los alrededores. Había zorros, pájaros, osos, ciervos, gatos, ranas, serpientes, ratitas, orugas, conejos, algunos seres extraños mezcla entre humano y caballo, libélulas, saltamontes, perros… infinidad de criaturas. Algo le resultaba raro de todos ellos. Parecía como si tuviesen… ¿personalidad? ¡Já, qué tontería! Aunque, ahora que lo pensaba, era como si la mirasen demasiado… incluso parecía que cuchicheaban sobre ella. ¿Se estaría volviendo loca?




-¡Mira!
Nuestro pequeño conejo ajetreado sacudió a su colega con brusquedad.
-¿Qué te pasa? Relájate, estás siempre nervioso.
-¡Calla y mira! ¡Es una humana! Es la chica de la carta.- apunta con su patita a la izquierda, a lo lejos, a través de la multitud.
-No digas memeces.
-¡Vamos a acercarnos!
Sin dejar a su amigo articular palabra, le coge del chaleco y salen corriendo en busca de la chica.





¿Por qué estarían todos estos animales reunidos aquí? Lo peor es que sabía con seguridad que se había vuelto loca; ¡veía a los animales con ropa! ¡Todo le daba vueltas!
-Disculpe, señorita.
Sintió un firme tirón de su camisa que reclamaba su presencia. Se giró.
-¡Un conejo que habla!- no lo podía creer. NO LO PODÍA CREER. Este mundo era maravilloso. ¡Y llevaba un traje! Elegancia por bandera, sí señor. Espera ¿qué había visto ese conejo en ella?
-Señorita, escúcheme.
Hum, parecía que estaba nervioso.
-¿…sí?
-¿Es usted la chica que saltó por el precipicio?
Oh… ahora lo recordaba. Una punzada de dolor le inundó el corazón. ¿Por qué no estaba muerta?
-Supongo que sí. ¿Sabéis por qué no estoy muerta?
-Conexiones, querida… conexiones. Le llevo dando vueltas a vuestro tema desde que supe de la realización de vuestro acto; su alma estaba ligada al bosque de una manera muy especial y única.
-¿Cómo sabéis lo que pasó?
-El bosque nos envió una carta. ¡El mismísimo bosque!
-¡El bosque! Oh, no puede ser.
-Sí. Cuando la recibí pensé que tenía que  haberle pasado algo muy gordo para que diese señales de vida. ¡Es una historia encantadora!
-Y ahora ¿qué hago?
-¿Que qué hace usted? ¡Volver de inmediato a su mundo original!
-¿Cómo?
-Cuando duerma, volverá a despertar en el bosque, como si no hubiera pasado  nada.
-¿Y si no quiero?
-Es así. Es… así.- por vez primera el segundo conejo, el más relajado, intervino en la conversación.- yo también vine de allí. Puedo vivir aquí por… por otras razones. Pero tú debes irte.
-Pero ¿por qué?
-Las normas son claras; no pueden vivir humanos en nuestro reino.
Apenada, la llevaron a la madriguera de su pequeño y suave colega, para que durmiera con comodidad en su cama. No quiso pelear con nadie para poder quedarse en ese mundo, sentía que tampoco pertenecía a él.
-¿Un té antes de dormir, querida? Le aseguro que es el mejor sabor de todos los universos.
-No seré yo la que se niegue a probarlo.
Al terminar el té, se acurrucó en la cama de su pequeño anfitrión y comenzó a dormir.


Horas más tarde despertó al borde del precipicio del bosque. Volvió a respirar con fuerza. Le volvía a faltar el aire. Era de noche. Miró a la luna; hoy se le antojaba más desgarradora que nunca. Hundió la cara en la hierba y empezó a llorar. 

Fin.

jueves, 27 de febrero de 2014

Y aquí estamos.

Aunque duela, seguimos vivos. Incluso cuando el dolor se hace casi insoportable, no nos vamos. Podemos quejarnos hasta decir basta, pero el dolor sigue ahí; tan patente como al principio. Da igual si a cada suspiro tu cuerpo se tambalea y llega hasta límites que nunca imaginaste… sigues aquí. Seguimos aquí. Nadie sabe por qué aguantamos tanto, es un misterio. O quizás no. Y llega a doler tanto que necesitas levantarte y echar a correr y olvidarte de todo y no dejar que las lágrimas caigan. Y, y, y… hay tantas cosas que hacemos para intentar erradicar el dolor que sería imposible enumerarlas todas. Podemos obviarlo, hacerlo imperceptible a los demás, pero de poco sirve. Ahora que estás cansado de correr y te falta el aliento, descansas. Benditos segundos en los que no sientes nada, en los que solo respiras como si no hubiese suficiente aire en el mundo, como si tu alma se separase de tu cuerpo más que de costumbre. Aún no te has muerto, ahora no te apetece morir. Pero, después… el dolor vuelve. Y todo vuelve a empezar. Y sabes que, aunque duela, sigues vivo. Y aquí.

jueves, 2 de enero de 2014

Tomando malas decisiones.

No era la mejor solución, pero era lo único que podía hacer. Arrastró el cuerpo inerte hacia el acantilado. Justo cuando estaba en el borde del abismo, se preguntó por enésima vez si estaría haciendo lo correcto. “No, no es lo correcto” pensó. Pero ya daba igual. Si lo hacía, viviría el resto de sus días culpándose, pero no podía permitir que se supiera la verdad. Dio un último empujón al cadáver, el cual se precipitó al vacío, a las aguas del mar, donde se encontraría su gran tumba improvisada. Minutos más tarde, Charles conducía con aparente nerviosismo, en dirección opuesta al acantilado, lo más rápido que creyó conveniente, hasta que el mar quedó fuera de su vista; ahí redujo la velocidad. Ya era de noche, calculó que llegaría a casa bien entrada la mañana. Sin saber muy bien por qué, paró el coche a un lado de la carretera. Ahora que no tenía ninguna distracción, el amargo recuerdo del cadáver chocando contra las aguas del mar vino a su mente. Una lágrima cargada de culpa recorrió su rostro.
¿Volver a casa? ¿Merecía acaso ese privilegio? Todas esas ideas rondaban por su cabeza en mitad del más terrible llanto. ¿Cómo podía haber hecho tal cosa? Sin pensar racionalmente lo que hacía, dio la vuelta con intenciones de recorrer todo el camino que había hecho hasta hace unos escasos instantes.  
Había sido un accidente. No; no iba mentirse a sí mismo. Casi disfrutó metiéndole una jodida bala entre ceja y ceja. Todo había sido demasiado rápido. El que ahora era un mísero cadáver había confesado haber engañado a su amigo, a Charles. Nada serio, sólo me acosté con tu mujer; ¡Joder, Charles, cómo has podido estar tan ciego! Tu mejor amigo se acuesta con tu pareja (a saber desde hace cuánto) y tú aquí, como un panoli, intentando controlar las ganas de pegarle una paliza a este imbécil. ¡Valiente paleto, Charles! En realidad había sido una coincidencia que tuviese una pistola justo ese día, vaya que sí. Sólo quiso sentir por un día lo que era tener un arma en su posesión. Caro le costó…
También había sido una coincidencia que los dos estuvieran solos en la casa de verano. Todo había sido un golpe de suerte. Supuso que por eso, porque estaban los dos solos, quiso sincerarse. Y ahora estaba muerto. Arg, buen momento para decidir ser espontáneo. Se arrepentía, pero se había sentido jodidamente bien poniendo fin a la vida de aquel gañán. Empezó a recordar el momento en el que la sangre salió de la herida, al principio con rapidez para, más tarde, ser un leve caudal de líquido rojo brotando de un cráneo sin vida. Si tuviera otra oportunidad, elegiría matarlo. Muerto estaba mejor. Cuanto más lo pensaba más claro lo tenía. Pero ahora su vida no tenía rumbo; la mujer que él amaba la había engañado y de qué manera. Ni amigo ni esposa. Eso, sin duda, no podría superarlo nunca. La amó y la seguiría amando, pero no podría mirarla igual sabiendo lo que había hecho. Eso era lo que más le dolía.

Ya había vuelto al acantilado. Sabía lo que quería hacer y lo que debía hacer. Puede que ahogarse fuera sufrir demasiado, podía pegarse un tiro y ahorrarse tanta tontería. Decidido, lo haría rápido. Se acercó al final del acantilado, sacó la pistola y se la llevó a la frente. “Esto es todo” pensó. Al apretar el gatillo, su cuerpo se precipitó al mar. Adiós sufrimiento.

miércoles, 1 de enero de 2014

Palabras frías.

Pues sí, yo miento. Ya es habitual en mí. Habitual y fácil. En serio ¿por qué sigue empeñada la gente en no mentir? ¿Qué coño pasa? ¿Acaso es malo? Desde siempre se ha mentido y no ha pasado nada, es tu puta decisión ¿qué más da?
Soy ese tipo de persona que desea gritar pero que sólo guarda silencio y asiente. Tener tanto que contar y nadie que te entienda es odioso. Por eso ocultas la verdad y no dices nada. ¿Para qué? Te adelanto lo que te pueden decir: “Todo se pasa” y “el tiempo lo cura todo”
¿Tiempo? ¿Crees que llevo con esta mierda dos días? ¿Eres gilipollas? Ahí aprendes la lección y nunca más vuelves a abrir la boca. Calladita estás mejor. Pareces hasta formal, chica. Sin dar problemas, sin quejarte de nada, aparentando ser lo que todo el mundo desea; feliz. Ya saldrá el sol mañana y lo arreglará, no te preocupes. Sigue confiando un poco más.
¿Sabéis qué? Estoy trabajando en eso de morirme. Ya es hora ¿no? Decirlo así puede sonar raro o, yo qué sé, de gilipollas. Pero ¿qué sabrás tú? Yo no opino nada de ti, querido lector. Aún no he podido juzgarte y me abstengo de hacerlo. Quizás tú estés pasando por mi mismo infierno, quién sabe. Si es así, no te deseo suerte. Sabes que no la tienes. Pero, qué cojones, suerte. Pocas cosas quiero, pero una de ellas es que nadie pase por esto. Podría obligarte a estar bien, a que no te rindas, a que sonrías con sinceridad, a que dejes de mentirle al mundo y seas capaz de reconocer que estás mal pero que puedes estar bien, que puedes ser el mejor disfrutando en esto que llamamos vida… sin embargo, no lo haré. Esto sí que no lo haré. No puedo creérmelo ni yo, es absurdo. Sólo te puedo obligar a que sigas respirando. Aunque, por lo que a mí respecta, todos estáis muertos, pero aún no lo sabéis. Vivís en una mentira ¿no es irónico?

Yo me voy despidiendo, no me siento con fuerzas ni ganas de seguir dando la tabarra.


Antes de irme del todo, recuerda algo; cava tu propia tumba y deja en paz a los demás.