En el mismo bar, a la misma hora.
Su cuerpo se estremeció; a cada mirada su deseo por mí
aumentaba; sabía que su mente estaba volcada en mí. Pero yo no quería jugar. No
esa noche.
Pedí la cuenta, pagué y salí del bar con paso seguro. Paré
un taxi y me dirigí a casa. Necesitaba un baño, estaba hecha polvo. Nunca más
iría a ese bar. Siempre que iba allí me encontraba con la misma chica sexy y
dulce de ojos marrones y mirada penetrante. Llegó un momento en el cual
empezamos a mandarnos notitas. No recuerdo quién había empezado. Un “guapa,
¿qué haces?”, un “¡qué postura más sexy!”; un “buenas noches, preciosa”.
Aquello ya pasaba de castaño a oscuro. No es que no me atraigan las mujeres, es que no la conozco
de nada. Nunca jamás había escuchado su
voz. Solo había visto su letra; su firme y precisa letra. Pero todo esto ya
pasó. No iría más a ese bar. Ya era hora de buscar otro antro, con música de
fondo y putas en las esquinas. Así todo cambiaría. A mejor… o eso esperaba.
2 Semanas después
¡Por fin había encontrado un bar con blues! Ya pensaba que
no daría con mi lugar ideal. ¡Qué susto! Un buen sitio donde relajarme después
del trabajo, sí señor. Un camarero honrado con el que se podía entablar
conversación a menudo, buena cerveza a ritmo de jazz. ¿Qué más se podía pedir?
Siento como un dedo me reclama detrás de mí, así que me
giro.
Es ella
¿Cómo puede estar aquí? Creía que me había librado de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario