domingo, 14 de julio de 2013

En el mismo bar, a la misma hora.

En el mismo bar, a la misma hora.

Su cuerpo se estremeció; a cada mirada su deseo por mí aumentaba; sabía que su mente estaba volcada en mí. Pero yo no quería jugar. No esa noche.
Pedí la cuenta, pagué y salí del bar con paso seguro. Paré un taxi y me dirigí a casa. Necesitaba un baño, estaba hecha polvo. Nunca más iría a ese bar. Siempre que iba allí me encontraba con la misma chica sexy y dulce de ojos marrones y mirada penetrante. Llegó un momento en el cual empezamos a mandarnos notitas. No recuerdo quién había empezado. Un “guapa, ¿qué haces?”, un “¡qué postura más sexy!”; un “buenas noches, preciosa”.
Aquello ya pasaba de castaño a oscuro. No es que no  me atraigan las mujeres, es que no la conozco de nada.  Nunca jamás había escuchado su voz. Solo había visto su letra; su firme y precisa letra. Pero todo esto ya pasó. No iría más a ese bar. Ya era hora de buscar otro antro, con música de fondo y putas en las esquinas. Así todo cambiaría. A mejor… o eso esperaba.

  2 Semanas después
¡Por fin había encontrado un bar con blues! Ya pensaba que no daría con mi lugar ideal. ¡Qué susto! Un buen sitio donde relajarme después del trabajo, sí señor. Un camarero honrado con el que se podía entablar conversación a menudo, buena cerveza a ritmo de jazz. ¿Qué más se podía pedir?
Siento como un dedo me reclama detrás de mí, así que me giro.
Es ella

¿Cómo puede estar aquí? Creía que me había librado de ella.

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