-¿Qué más da el cómo o el dónde? –dijo, respondiendo a una
de mis infinitas preguntas- lo que importa es el sentimiento. ¿No lo entiendes?
– me miró.
Claro que no entendía nada. Habíamos cenado hace rato, entre
millones de mis preguntas, y ahora estábamos tomándonos una copa. Le miré sin
comprender nada, esperando una respuesta más clara; nunca llegó mi respuesta. A
cambio, se levantó y me ofreció bailar. ¿Bailar? Dijo que bailando todo cobra
sentido. ¡Qué tontería! Bailar es una acción, no dará respuesta a ninguna
pregunta previamente formulada, le dije. Cada vez entendía menos a este chico.
A Óscar. Ponerle nombre me resultó extraño, mi mente lo llamaba como “ese
chico”. Óscar no le pegaba. O quizás sí, pero mi cerebro no lo veía.
Óscar, al ver que no me levantaba de mi asiento, me cogió de
la mano y me levantó. No me resistí… ¿para qué? Le dejaría bailar un poco
conmigo, hasta que se diese cuenta de que no sirvo para mover las caderas. Se
cansará pronto, pensé. Mientras empezamos a movernos, me atrajo hacia sí. Pude
ver perfectamente sus ojos verdes, a poca distancia de los míos, pidiendo algo
más que un baile. Bajé un poco la vista y me encontré con su sonrisa, picarona,
deseando decir lo que los dos pensábamos. Sexo. Sin más. En aquel preciso
instante los dos buscábamos sexo. Yo no quería nada serio; solo y llanamente
sexo. No sé exactamente qué quería él… dudo que lo mismo que yo. Volví a
mirarle directamente a los ojos; eran preciosos, de un verde oscuro e intenso.
Seguían pidiendo lo mismo.
Mi cabeza iba a explotar; quería sexo, sí, pero no quería
hacer daño a Óscar. Intuía que él sentía algo más por mí de lo que yo sentía
por él. Me fascinaba como persona, como músico… pero no sentía aquello que los
“humanos” ansían… amor. No le amaba. Pero ver que él también se sentía excitado
por mí era tan placentero… Tenía claro que si le daba un solo beso, ya no
habría vuelta atrás. Él aún no sabía que yo era parte de la oscuridad más
profunda que cualquier alma podría jamás albergar. Era mala, pero no quería
dañar a una persona tan dulce como él. Sin previo aviso, se acercó y me susurró
al oído:
-¿A qué esperas? Te deseo…
Sin poder actuar racionalmente, me vi impulsada a besarle.
El tono de su voz me derritió y, solo recordarlo otra vez, me volvió a
derretir. Sus labios, suaves y carnosos, se juntaron con los míos. Mi lengua se
adentró en su boca; empecé a resbalar mis dedos por su espalda y a sentir cada
uno de sus besos con verdadera pasión. Mi interior pedía a gritos quitarle la
ropa rápidamente, pero estábamos aún en el bar. Me maldije. Mientras, él me acercaba
más a su cuerpo y me agarraba de la cintura con seguridad, fuertemente. Elevé
mis manos hasta su cuello y empecé a acariciarlo, lentamente. Despegué mi boca
de sus labios y los dirigí a su cuello; lo besé con ternura.
-Vámonos… -le susurré al oído.
Con resignación, dejé que se alejara de mí para pagar la
cuenta e irnos. El camino hacia su casa se me hizo eterno. Al entrar a su casa,
nos abalanzamos sin perder más tiempo. Le llené de besos antes de llegar a la
cama. Aunque de poco nos va a servir la cama, pensé. “Óscar” , dije en voz alta; se giró. Me acerqué a él y
volví a besarlo con tanta desesperación que acabamos pegados en la pared.
Empecé a quitarle la camiseta y a besar su torso desnudo.
Me moría por besar todo su cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario