viernes, 19 de julio de 2013

Tercera parte "El odio hacia mi músico"


-¿Qué más da el cómo o el dónde? –dijo, respondiendo a una de mis infinitas preguntas- lo que importa es el sentimiento. ¿No lo entiendes? – me miró.
Claro que no entendía nada. Habíamos cenado hace rato, entre millones de mis preguntas, y ahora estábamos tomándonos una copa. Le miré sin comprender nada, esperando una respuesta más clara; nunca llegó mi respuesta. A cambio, se levantó y me ofreció bailar. ¿Bailar? Dijo que bailando todo cobra sentido. ¡Qué tontería! Bailar es una acción, no dará respuesta a ninguna pregunta previamente formulada, le dije. Cada vez entendía menos a este chico. A Óscar. Ponerle nombre me resultó extraño, mi mente lo llamaba como “ese chico”. Óscar no le pegaba. O quizás sí, pero mi cerebro no lo veía.
Óscar, al ver que no me levantaba de mi asiento, me cogió de la mano y me levantó. No me resistí… ¿para qué? Le dejaría bailar un poco conmigo, hasta que se diese cuenta de que no sirvo para mover las caderas. Se cansará pronto, pensé. Mientras empezamos a movernos, me atrajo hacia sí. Pude ver perfectamente sus ojos verdes, a poca distancia de los míos, pidiendo algo más que un baile. Bajé un poco la vista y me encontré con su sonrisa, picarona, deseando decir lo que los dos pensábamos. Sexo. Sin más. En aquel preciso instante los dos buscábamos sexo. Yo no quería nada serio; solo y llanamente sexo. No sé exactamente qué quería él… dudo que lo mismo que yo. Volví a mirarle directamente a los ojos; eran preciosos, de un verde oscuro e intenso. Seguían pidiendo lo mismo.
Mi cabeza iba a explotar; quería sexo, sí, pero no quería hacer daño a Óscar. Intuía que él sentía algo más por mí de lo que yo sentía por él. Me fascinaba como persona, como músico… pero no sentía aquello que los “humanos” ansían… amor. No le amaba. Pero ver que él también se sentía excitado por mí era tan placentero… Tenía claro que si le daba un solo beso, ya no habría vuelta atrás. Él aún no sabía que yo era parte de la oscuridad más profunda que cualquier alma podría jamás albergar. Era mala, pero no quería dañar a una persona tan dulce como él. Sin previo aviso, se acercó y me susurró al oído:
-¿A qué esperas? Te deseo…
Sin poder actuar racionalmente, me vi impulsada a besarle. El tono de su voz me derritió y, solo recordarlo otra vez, me volvió a derretir. Sus labios, suaves y carnosos, se juntaron con los míos. Mi lengua se adentró en su boca; empecé a resbalar mis dedos por su espalda y a sentir cada uno de sus besos con verdadera pasión. Mi interior pedía a gritos quitarle la ropa rápidamente, pero estábamos aún en el bar. Me maldije. Mientras, él me acercaba más a su cuerpo y me agarraba de la cintura con seguridad, fuertemente. Elevé mis manos hasta su cuello y empecé a acariciarlo, lentamente. Despegué mi boca de sus labios y los dirigí a su cuello; lo besé con ternura.
-Vámonos… -le susurré al oído.
Con resignación, dejé que se alejara de mí para pagar la cuenta e irnos. El camino hacia su casa se me hizo eterno. Al entrar a su casa, nos abalanzamos sin perder más tiempo. Le llené de besos antes de llegar a la cama. Aunque de poco nos va a servir la cama, pensé. “Óscar”  , dije en voz alta; se giró. Me acerqué a él y volví a besarlo con tanta desesperación que acabamos pegados en la pared. Empecé a quitarle la camiseta y a besar su torso desnudo.

Me moría por besar todo su cuerpo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario