sábado, 21 de diciembre de 2013

Memorias de un bosque.


Le gustaba dar largos paseos por el bosque. Era como su “pequeño-gran” lugar donde nadie más que ella entendía lo que sentía. Siempre iba acompañada de su ipod para escuchar música. Tenía la costumbre de escuchar “Las Cuatro Estaciones” de Vivaldi apenas empezar el trayecto hacia su mundo. Cada vez que escuchaba esa pieza descubría cosas nuevas, ya fuesen senderos, criaturas o nuevos matices en la melodía.
El aire puro la hacía sentirse más viva, un poco más… humana. Las personas que habitaban en el mundo “real” le parecían vacías, inhumanas, tan carentes de sentimientos... “El mundo está loco”, decían; pero ella no creía en esa frase. Creía que era diferente. Un bicho raro, como se suele decir. No formaba parte del puzle. ¿Por qué la vida se complicaba a veces tanto?
No pocas fueron las veces en las que se bañó en el lago del bosque. Le daba igual la época, el frío no era obstáculo. Le encantaba sentir el agua helada acariciando los dedos de sus pies y, más tarde, sus tobillos. Se metía lo más despacio posible para notar el agua por todo su cuerpo. Cuando ésta llegaba a las puntas de su pelo se acordaba de que tenía que recogérselo para no tener que secárselo, ya que tardaba mucho. Pero ya que las puntas estaban mojadas no le importaba demasiado y se metía tal y como estaba. Siempre le ocurría lo mismo, era un despiste de chica. También nadaba en el lago cuando llovía. Era una sensación extraña sentir el agua de maneras distintas. Parecía un choque de texturas. Le gustaba. Al salir del lago le encantaba secarse al sol, aunque en invierno se dedicaba a calentarse con rapidez y volver a ponerse la ropa. Pero en verano tenía la manía de estar al sol, no sabía por qué. De pie, sentada, tumbada… no le importaba, pero al sol. En ese período de tiempo podía escuchar con tranquilidad el sonido del bosque; los pájaros trinar, los ciervos andar, las hojas moverse… toda una orquesta sinfónica.
Cuando terminaba de vestirse, dirigía otra vez la vista al lago y se volvía a acercar. Al estar el agua sin perturbaciones podía ver su rostro sin problemas. Pelo exageradamente largo y despeinado que le llegaba por los codos de color castaño, piel pálida, nariz pequeña, labios finos y unos enormes ojos oscurísimos color café. Al verse reflejada, sonreía. En aquellos momentos sentía eso que llamaban felicidad y no tenía por qué esconderlo. El lago también ofrecía una realidad distinta en el hermoso cuadro que se formaba en sus aguas;  ahí la vista parecía más triste, pero con millones de historias que contar. El mundo paralelo que le regalaba era, como mínimo, interesante. Los árboles parecían mágicos y se le antojaban enormes personas de carne y hueso. Las aves simulaban peces nadando en el cielo y éste evocaba un grandísimo océano lleno de nubes “submarinas”. Vivir ahí tiene que ser raro, pensaba. Deseaba zambullirse  en esa realidad tan distinta a la suya. Seguro que se estaría mejor volando por el cielo, sin las preocupaciones  que ocupaban su mente actualmente.
Al terminar de admirar el lago por última vez, volvía a internarse en el frondoso bosque. ¿Cuántos secretos esconderán estos caminos vírgenes? ¿Habría alguna persona en el mundo tan enamorada de este paraíso como yo? Su cabeza entraba en ebullición; siempre le daba vueltas a lo mismo cada vez que llevaba un determinado tiempo paseando. Prefería seguir obviando un poco más las voces de su cabeza, no quería volver al mundo exterior tan pronto.
Llegó un día en el que encontró una ruta diferente a la habitual. Anduvo y anduvo hasta casi perder de vista los árboles. El camino se empinaba cada vez más y se empezaba a cansar. Al fin llegó a la cima. Se encontraba en lo alto de un precipicio, viendo unas vistas preciosas de la puesta de sol. Si miraba abajo podía observar el bosque en el que tanto tiempo había estado durante su vida, el bosque que amaba, el bosque que guardaba una parte de sí misma. Clavó la vista en el horizonte y se precipitó al vacío. Ni ella misma supo por qué lo hacía. Quizás al fin había encontrado una respuesta para todas sus preguntas, quizás se había aburrido de buscar la clave a su vida… nunca lo sabremos.
Y esta, querido y desocupado lector, es la historia de una misteriosa y confundida chica a la que nunca nadie logró entender del todo.

Con amor, un bosque que echa de menos a su pequeña intrusa.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Otro final más.

Una extraña sensación se cernió sobre ella. No sabía cómo identificar sus sentimientos en aquel instante; suponía que volvía a ser un matiz perdido entre el negro y el gris, como siempre. Hacía ya bastante tiempo que no atisbaba a ver ningún tipo de luz, solo oscuridad. Estaba tan jodidamente acostumbrada a la oscuridad que hubiese sido bastante incómodo para ella encontrarse con algo de claridad, por muy leve que fuera. Sin embargo, sabía en cada momento identificar sus emociones, no como ahora. Eso la preocupaba bastante, odiaba todo lo desconocido aunque, paradójicamente, ella nunca había llegado a conocerse a sí misma. Y nunca tendría el valor de hacerlo. Solo era una ridícula chica, sin más. No había más palabras para describirse, pensaba. Puede que se añadiese de vez en cuando la palabra “gilipollas” al lado de ridícula pero, por lo general, solo se identificaba con ridícula. Volvió a coger su arco, lo colocó en una de las cuerdas de su chelo, y se dejó llevar. La improvisación era uno de sus “vicios”, por así decirlo. Estaba bastante claro que no se conocía pero, cuando improvisaba, se sentía a ella misma; no hacía falta conocerse para sentarse y pasar una larga tarde entre acordes con una persona. Cada vez que improvisaba se obligaba a empezar en una tonalidad mayor, pero de inmediato hacía un viajecito a tonalidades menores y, cómo no, oscuras. Eso de obligarse a empezar en una tonalidad mayor solo lo hacía para que, por lo menos, en algún momento de la improvisación, hubiera algo de “felicidad” aunque fuese totalmente falsa, ya que sabía que no iba a volver a pasar por tonalidades mayores en todo lo que durase su improvisación. Todo su ser pedía pasajes cargados de furia, rabia, dolor, agonía… y esa era la mejor forma de conseguirlo. Al terminar, dejó caer el arco sobre la cama. Era ya noche cerrada, así que decidió dejar de tocar.
Aún seguía sin saber qué le pasaba. Esto la tenía preocupada. Quizás necesitase salir a la calle de una vez por todas a que le diese el aire o, simplemente, para pasar un buen rato, por así decirlo. Saldría a la calle, decidido. Fue hacia el cuarto de baño dispuesta a ducharse. Al salir del baño, con energías renovadas, fue a vestirse con lo primero que pilló.
Dos horas y media después de haber salido a dar una vuelta estaba a punto de salir de aquel bar. Se había tomado una copa, bueno, ni eso, aún no había bebido de su vaso. Pero, poco a poco, se le habían quitado todas las ganas de salir. ¿Qué hacía allí? Aún no sabía cómo había decidido salir de su pequeña pesadilla para meterse en la jungla de calles que tenía por ciudad. Al principio había tenido la esperanza de encontrar a una presa fácil y desahogarse con ella. No había salido con más intenciones, en realidad. Era lo que le quedaba para mantenerse a flote, el sexo ocasional. Sin complicaciones, sin gilipolleces, sin alteraciones en su vida. Aunque pocas experiencias adornaban su joven existencia se sentía mejor sin pareja. Y no era porque hubiese salido mal de aquellas relaciones, solo era que ella formaba parte de la soledad y, como tal, no encajaba demasiado bien estar con alguien a quien querer. Era demasiado artificial. Pero, obviando ese matiz, necesitaba sexo. Le gustaba, para qué negarlo. Ni que fuese una novedad. La cuestión era que no había encontrado a nadie y ya no tenía ganas de perder más tiempo en eso. Así que se dignó a dar un sorbo a su bebida, pagó y se dirigió a la puerta. Al respirar el frío aire de la calle se sintió helada… y sola. Muy sola. No le importaba, le gustaba sentirse así, pero esta vez era diferente. El camino a casa se le antojó caprichosamente largo y frío. Todo había cambiado. No sabía cuándo exactamente; quizás justo al salir del bar, quizás incluso antes de entrar. No lo sabía. Pero ya no lo aguantaba más; no aguantaba desconocer qué le pasaba, qué era aquel sentimiento que la invadía, qué era lo que no encajaba en aquel día tan extraño. No aguantaba no saber en qué momento su vida acababa de perder sentido. Maldita oscuridad… la estaba consumiendo y la dejaba sin fuerzas. Ya no quería arreglar las cosas con su chelo, aunque sabía perfectamente que volver a improvisar volvería a darle un poco de vida. Pero estaba harta de depender de eso. Quería acabar con todos los problemas cuanto antes.
Entró a su casa con un único objetivo. Se dirigió silenciosamente hacia su cuarto e introdujo una mano en un cajón, buscando pacientemente lo que tenía en mente. Al fin lo encontró; su pistola. La guardaba para lo normal, atracos que nunca habían sucedido en su vivienda, pero por lo menos tenía una pequeña seguridad. Más perdida que nunca, se sentó en su cama y se acercó el cañón del arma a su frente. Demasiadas veces había comprobado que la pistola estaba cargada, no le hacía falta volver a hacerlo. Un último punto de oscuridad daría fin a su inusual vida y no había mejor forma de hacerlo que con un disparo. Una lágrima cargada de impotencia  recorrió su mejilla; apretó el gatillo.

Dos días después, una madre preocupada llamaba a una casa carente de propietario. Una hora después, esa misma madre se dirigió a la casa en sí. Intranquila, abrió la puerta de entrada y empezó a buscar a su hija a gritos. Al llegar al cuarto de su hija, vio la realidad. Un cuerpo sin vida descansaba en la cama del cuarto, con las sábanas manchadas de sangre. De fondo, un llanto incontrolable de la que había sido su madre.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Cerebros.

Llegó a su casa destrozada. ¿En qué momento se le ocurrió hacerle caso a su amiga para salir justamente ese día? Notó su vivienda igual de sola e inhabitada que de costumbre y se sintió cómoda por primera vez en todo el día. Eran las cuatro de la madrugada; una hora perfecta para ducharse y ponerse a leer. Un momento… si ya no le quedaban libros nuevos para leer. Había olvidado por completo ir a la biblioteca. ¡Maldita sea! Era hora de poner en marcha el plan b: música.
Colocó en el reproductor de música el primer disco que alcanzó de Extremoduro, se tendió en el sofá y empezó a disfrutar de la buena música.
La despertó el sonido del timbre. ¿Quién podría ser? Miró el reloj de pared que tenía en el salón; las 2 de la tarde. ¿Qué horas eran estas de venir? No tenía ganas de levantarse, quería seguir tumbada aún más tiempo. Volvían a llamar. Estaba dudando si subir el volumen del reproductor de música o apagarlo completamente. Quizás si cambiase de disco… volvían a llamar ¡Joder! Se levantó y apagó el reproductor de música. Seguían llamando a la puerta. Bueno, ahora que lo pensaba, no parecía que estaban llamando a la puerta, más bien parecía que la estaban golpeando y, por lo que recordaba, desde hace rato. Esto ya empezaba a ser sospechoso. Un escalofrío recorrió su espalda. Estaba… atemorizada.

Honrando su fama de persona poco precavida, se dirigió hacia la entrada. El sonido de la puerta aumentaba a cada paso que ella daba, en mitad del silencio oscuro y frío de su casa. Al abrir la puerta, vio a una especie de humano demacrado entrando torpemente a la casa. Parecía que aquel monstruo se había dado un baño de ácido sulfúrico, ya que su piel estaba totalmente descuartizada y rojiza. Tenía los ojos totalmente negros, oscuros, sin alma. Se abalanzó hacia ella logrando hacerla caer. El mutante empezó a toquetear su ropa y arañar dolorosamente su piel. Ella gritaba. Un profundo miedo se apoderó de ella. Empezó a gritar aún más fuerte mientras pataleaba inútilmente. ¿Qué cojones era esa extraña y terrorífica criatura? No le importaba, solo quería zafarse de lo que tenía encima cuanto antes, o no viviría para contarlo. Pataleó aún con más fuerza y logró apartar al horrible mutante de su vista por un segundo. Respiraba entrecortadamente por la agitación anteriormente vivida. Antes de que la bestia consiguiera cogerla, ella salió corriendo hacia la cocina. Debía alcanzar un cuchillo antes de que esa cosa la matara. El pánico la inundaba cada vez más. Esta terrible pesadilla debía ver su fin ya, o si no, se volvería loca, pensó. Oía los fatigosos pasos del mutante cerca de ella, justo detrás. Aterrada, buscó algún cuchillo para acabar con aquella espantosa criatura. Abrió el cajón y empezó a rebuscar, mientras volvía a sentir las sucias manos de la bestia en su hombro. ¡Dios, coge ese maldito cuchillo de una vez y clávaselo en el cráneo, no hagas más el imbécil! El mutante la hizo caer otra vez y arrastrase por el suelo. Sintió sus dientes clavados en su brazo y un dolor agonizante la embriagó. Vio cómo el mutante empezaba a mordisquear con ansia su brazo; la sangre corría por todo su cuerpo y el dolor se hacía insoportable. Con un último esfuerzo, se levantó y agarró el primer cuchillo que pudo encontrar; se lo clavó directamente en la cabeza… oyó perfectamente el sonido del cráneo al crujir. La sangre empezó a salir de la herida del mutante y dejó de moverse. Tras ver que era evidente la muerte del monstruo, el dolor del brazo empezó a notarse más. Era casi insoportable. No se atrevía si quiera a dirigir la vista hacia su brazo destrozado por la agonía del… horrible mutante. El olor a sangre estaba empezando a marearla. Entre la terrible vista que tenía de un ser muerto  y el asqueroso olor que había en el ambiente, no tardaría en vomitar todo lo que tenía dentro. Se sentía tan cansada… tan demacrada. No tenía fuerzas ni para levantarse. Se arrastró como pudo a una esquina de la cocina. Con cada movimiento su dolor aumentaba. Respirar se hacía terriblemente agotador… y, al fin, llegó a la esquina de la maldita cocina. ¿Era ella, o todo estaba siniestramente oscuro? No, se le empezaba a nublar la vista, eso era… ¿qué le estaba pasando? El dolor se hacía tan insoportablemente fuerte que la obligaba a gritar y retorcerse, aún sin haber visto la gravedad de la herida. Pero ya no le dolía solo el brazo, ahora todo su cuerpo sentía punzadas de dolor. Hubiese vendido su alma al diablo por un solo puto segundo sin sentir absolutamente nada, por estar en calma. Las lágrimas corrían por su rostro al igual que la sangre seguía manando de su herida. Se sentía sucia. No podía ignorar el hecho de que se estaba quedando ciega, su vista se veía cada vez más nublada, al igual que sus pensamientos. Se sumió en la más profunda de las agonías, sintiendo cómo se ahogaba poco a poco, sintiendo cada punzada de ese dolor infernal que la atormentaba cada segundo, sintiendo como se alejaba de sí misma. La invadía otro ser. Un último pensamiento pasó por su mente cuando aún estaba consciente… cerebros.

miércoles, 24 de julio de 2013

Final "El odio hacia mi músico"

Desperté en la cama de Óscar bocarriba, mirando al techo. Le tenía al lado, durmiendo de manera que podía acariciar su espalda. La habitación estaba hecha un desastre; ropa por todos lados, algunos muebles tirados en el suelo, las cortinas arrancadas… todo por una noche de lujuria. Lo habíamos provocado él y yo. Juro que en el momento de la acción no nos dimos cuenta del destroce que estábamos haciendo. Una noche explosiva, pensé.
Lo único que quería en ese momento era salir de ahí; no quería que me viese. Lo había pasado bien pero, si mis sospechas eran ciertas, no quería que me dijese que estaba enamorado. Sabía que había actuado mal, que no tendría que haberle besado, que nunca tendría si quiera haber aceptado ir a esa cita. Pero había pasado… ojalá se pudiera arreglar. Las pocas relaciones que había mantenido con los hombres habían acabo fatal. Yo no sabía querer. Era y soy maldad. Solo curioseo entre los sentimientos de las personas y, cuando me canso, me voy. Sin decir nada. Sin dar explicaciones, en parte, porque no hay ninguna explicación.
También sabía que, si Óscar se despertaba ahora, solo me quedaría con él por el sexo y por no hacerle sufrir. Esa sería mi condena; verme atrapada en una relación que nunca hubiese querido que sucediera. Yo solita me lo había buscado. No dejaría que otra buena persona se amargase con mis tonterías de diablo. Hasta que él dejase la relación, yo seguiría mintiendo. Aún estaba a tiempo de irme y no sufrir más… ni hacer sufrir más. Si no hubiera caído otra vez en la tentación carnal, ahora mismo todos serían felices. Debía elegir el momento de mi huída si no quería hacer daño a Óscar.
Sin apenas darme cuenta, se levantó y se volvió hacia mí. Me miró tan dulcemente… casi podía ver en su mirada que sabía perfectamente que yo era mala para él; que sería la peor droga que jamás se atreviese a probar pero, a pesar de todo, me amaba. Con tan solo concentrarme un poco más en sus preciosos ojos, descubrí que estaría dispuesto a esperar todo el tiempo que hiciese falta hasta que yo sintiese algo por él. Me sumergí aún más en su mirada hasta sentirle parte de mí, de mi propia oscuridad; sentí su deseo de hacerme feliz todos y cada uno de sus días conmigo, que no le importaba ese dolor que sentía de fondo cada vez que me rozaba, cada vez que me palpaba…
Se había enamorado de mí.
Se empezó a acercar lentamente hacia mi boca; sabíamos perfectamente que ese beso sellaría nuestra perdición. Él había tomado la decisión, yo solo la aceptaba. Al juntar sus labios con los míos, firmó la sentencia con el diablo.
Y aquí me encuentro, otra madrugada más, en la misma cama, recordando el momento en el que le di  muerte a un músico. Otra sucia madrugada más en la que me maldigo por odiar a mi músico. Otra terrible madrugada convertida en oscuridad.

Fin.

viernes, 19 de julio de 2013

Tercera parte "El odio hacia mi músico"


-¿Qué más da el cómo o el dónde? –dijo, respondiendo a una de mis infinitas preguntas- lo que importa es el sentimiento. ¿No lo entiendes? – me miró.
Claro que no entendía nada. Habíamos cenado hace rato, entre millones de mis preguntas, y ahora estábamos tomándonos una copa. Le miré sin comprender nada, esperando una respuesta más clara; nunca llegó mi respuesta. A cambio, se levantó y me ofreció bailar. ¿Bailar? Dijo que bailando todo cobra sentido. ¡Qué tontería! Bailar es una acción, no dará respuesta a ninguna pregunta previamente formulada, le dije. Cada vez entendía menos a este chico. A Óscar. Ponerle nombre me resultó extraño, mi mente lo llamaba como “ese chico”. Óscar no le pegaba. O quizás sí, pero mi cerebro no lo veía.
Óscar, al ver que no me levantaba de mi asiento, me cogió de la mano y me levantó. No me resistí… ¿para qué? Le dejaría bailar un poco conmigo, hasta que se diese cuenta de que no sirvo para mover las caderas. Se cansará pronto, pensé. Mientras empezamos a movernos, me atrajo hacia sí. Pude ver perfectamente sus ojos verdes, a poca distancia de los míos, pidiendo algo más que un baile. Bajé un poco la vista y me encontré con su sonrisa, picarona, deseando decir lo que los dos pensábamos. Sexo. Sin más. En aquel preciso instante los dos buscábamos sexo. Yo no quería nada serio; solo y llanamente sexo. No sé exactamente qué quería él… dudo que lo mismo que yo. Volví a mirarle directamente a los ojos; eran preciosos, de un verde oscuro e intenso. Seguían pidiendo lo mismo.
Mi cabeza iba a explotar; quería sexo, sí, pero no quería hacer daño a Óscar. Intuía que él sentía algo más por mí de lo que yo sentía por él. Me fascinaba como persona, como músico… pero no sentía aquello que los “humanos” ansían… amor. No le amaba. Pero ver que él también se sentía excitado por mí era tan placentero… Tenía claro que si le daba un solo beso, ya no habría vuelta atrás. Él aún no sabía que yo era parte de la oscuridad más profunda que cualquier alma podría jamás albergar. Era mala, pero no quería dañar a una persona tan dulce como él. Sin previo aviso, se acercó y me susurró al oído:
-¿A qué esperas? Te deseo…
Sin poder actuar racionalmente, me vi impulsada a besarle. El tono de su voz me derritió y, solo recordarlo otra vez, me volvió a derretir. Sus labios, suaves y carnosos, se juntaron con los míos. Mi lengua se adentró en su boca; empecé a resbalar mis dedos por su espalda y a sentir cada uno de sus besos con verdadera pasión. Mi interior pedía a gritos quitarle la ropa rápidamente, pero estábamos aún en el bar. Me maldije. Mientras, él me acercaba más a su cuerpo y me agarraba de la cintura con seguridad, fuertemente. Elevé mis manos hasta su cuello y empecé a acariciarlo, lentamente. Despegué mi boca de sus labios y los dirigí a su cuello; lo besé con ternura.
-Vámonos… -le susurré al oído.
Con resignación, dejé que se alejara de mí para pagar la cuenta e irnos. El camino hacia su casa se me hizo eterno. Al entrar a su casa, nos abalanzamos sin perder más tiempo. Le llené de besos antes de llegar a la cama. Aunque de poco nos va a servir la cama, pensé. “Óscar”  , dije en voz alta; se giró. Me acerqué a él y volví a besarlo con tanta desesperación que acabamos pegados en la pared. Empecé a quitarle la camiseta y a besar su torso desnudo.

Me moría por besar todo su cuerpo. 

jueves, 18 de julio de 2013

Segunda parte "El odio hacia mi músico"

Puntualicemos; mi tía, a la que nunca había visto, había muerto. No la conocía de nada, y me resultó extraño que mi abuela me comunicara su fallecimiento. No la había visto nunca porque vivía en otro país. Obviamente, no quería que nadie muriese, pero si no conozco de  nada a esa persona, por muy pariente mío que fuese no le iba a echar de menos. En fin, me dije, otra tía menos. De mi familia solo conocía a mis abuelos por parte de madre, ya que el resto estaban muertos. Sí, nunca llegué a conocer a mi familia. Ni a mis padres, ni a mi hermano, ni a mis tíos… solo a mis abuelos maternos. Pero eso ya es otra historia más larga de contar…
Siempre he estado con mis abuelos; hemos ido subsistiendo con la pensión de ambos y, hasta hace poco, con una indemnización del estado. Mi pobre abuelo sufrió un grave accidente, qué se le va a hacer. Aprendí mucho de él, todo hay que decirlo. Con el dinero de la indemnización mis abuelos me obligaron a vivir en otra ciudad, ya que les parecía demasiado poco autónoma. No quería aceptar, pero no tuve remedio. Vivía con el dinero de mis abuelos y, aún ahora, me maldigo por hacerlo. Bueno, a lo que yo iba. Mi tía había muerto y mi abuela me había llamado para contármelo. Quería que decidiera dónde la enterraríamos; en su país de origen o en su país de residencia. Me pregunté por qué mi abuela me pedía esa información a mí; yo no sabía qué responder, no tenía ni idea.
Ella no podía decidirse, estaba rota de dolor. Solo mi abuelo y yo podíamos alegrarla un poco. Yo, por lo visto, solo podía alegrarla decidiendo el lugar, pero no podía hacer nada más. Le dije que iría a visitarla, para estar con ella, pero se negó; no quiso que la viera sufrir. Se me cayó el alma al suelo cuando supe que mi abuela no quería que sufriera lo más mínimo al verla en ese estado. Le dije que la enterraríamos aquí. Ya llamaría en otro momento para aclarar el resto de papeleo, dijo. Colgó.
No le di más vueltas al asunto y me tomé un yogur. Salí a hacer la compra.
Justamente al entrar a casa con las bolsas de la compra, me acordé de la cita con aquel chico. ¡Espera! Le había preguntado por infinidad de cosas y aún no sabía su nombre. ¡No me lo podía creer! ¡Qué desastre de mujer! Me preparé de comer rápidamente y recogí la cocina a la velocidad de la luz. ¿Qué hora sería? Las tres y media. No era mala hora. Recordé que aún me quedaban un par de libros por leer de los que encontré anoche, así que me dispuse a leerlos.
Sin saber muy bien cómo, pasó el tiempo. Y pasó. Cuando me digné a ver el reloj eran las cinco y media. ¿Cómo? Y yo que había quedado con el chico a las seis… ¡qué desastre de mujer! Fui a ducharme para no perder más tiempo. Al terminar, me vestí con lo primero que pillé. Salí corriendo a la biblioteca. Las seis menos diez. ¡No me daría tiempo!
Llegué a la entrada de la biblioteca corriendo, casi tropezándome con la gente que entraba. Me obligué a esperar a que toda la gente pasara. Pasados unos momentos, entré y me quedé en el marco de la puerta, esperando. Al poco rato, lo vi venir, a lo lejos, con paso ligero. Todo lo ligero que puede ir una persona con un contrabajo, me dije. Me dirigí hacia él y le pregunté:
-¿Cómo te llamas?
Me miró. ¿Qué? ¿Tendré algo en el pelo?
-Eres una caja de sorpresas ¿lo sabes?
Siguió avanzando hasta la entrada de la biblioteca mientras reía; parecía absorto en un mundo de alegría. Le seguí. Entramos en la biblioteca y fuimos al mismo sitio donde nos encontramos. Aún no había respondido a mi pregunta y, por lo visto, no tenía intenciones de hacerlo. Me resigné y me quedé embobada escuchando su dulce sonido… otra vez.
Habría jurado que solo habían pasado cinco minutos desde que empezó a tocar… y ya era hora de cerrar la biblioteca. ¡Madre mía! Se me había pasado la tarde en un suspiro.
Salimos los últimos. Me dijo que llevaría su instrumento a casa e iríamos a comer justo después.  Al entrar en su casa me impresioné bastante; tenía justo en al final de la entrada un piano de cola precioso. Le pregunté si no era molestia que me enseñara cómo tocaba el piano. Él me dijo que lo dejaríamos para otro día, que ahora teníamos una cita. Me sonrió.
Entramos a un bar, cerca de su casa, y pedimos algo; no recuerdo exactamente qué. De repente, me miró y, con una sonrisa encantadora, dijo:
-Me llamo Óscar. Encantado… bueno,  mejor dicho ¿cuál es tu nombre?
Me sorprendió que respondiese a mi pregunta así, tan… ¿tarde? Sin perder más tiempo, respondí:
-Irina, mi nombre es Irina.
-Es un nombre precioso, Irina. Me gusta -sonrió- Es un nombre casi tan bonito como tú.

Me sonrojé. ¿Estaría esto empezando a ser algo más que una simple cita…?

miércoles, 17 de julio de 2013

El odio hacia mi músico.

Me hubiese gustado decirle que dormí bien. No, miento. Me  hubiese gustado decirle que dormí bien y que fuese verdad. En realidad le dije que dormí profundamente y se fue. No le dije que había estado toda la noche despierta, mirando al techo.
Es mucho mejor mentir cuando se tiene la ocasión de no preocupar a nadie. Bueno, con todo y con eso pensando que alguien se preocupara por mí. Pero, para mi castigo, él sí se preocupa por mí. Está enamorado de mí. De una piedra que le arrancaría el corazón sin pensárselo dos veces. Porque, tristemente, yo no le amo. Nunca he amado. Nunca he estado al borde del amor. No es porque no haya encontrado la persona “perfecta”… es porque no sirvo para amar. Prefiero no amar.
Conocí a la persona que me ama hace ya dos largos años. Yo estaba en la biblioteca, como todos los días, ya que no podía comprar libros debido a mi escasez monetaria y, bueno, iba todos los días, a la misma hora, a mi sitio, en la biblioteca. Creo que me encontraba leyendo algo de Laura Gallego, ya que estaba embobada con sus novelas. Hasta que vi entrar a un chico con un contrabajo a la sala. Me extrañó mucho; nunca había visto a ningún músico entrar a la biblioteca. Fue lentamente con su instrumento hasta el final de la sala, cerca de donde me encontraba,  y se dispuso a tocar. No sabría decir qué tocó. Lo único que sé es que me encantó. Desde el primer instante que le oí tocar, dejé el libro de lado y centré mi atención en él; en su melodía, sus dedos, su expresión, sus cambios de matiz… precioso. Se pasó la tarde entera tocando. Yo no pude despegarme de su música, era demasiado bonita. Cuando terminó, me levanté hacia él y le pregunté:
-¿Cómo logras expresar tu interior a través de un simple instrumento?
Rió. Me miró y sonrió.
-Creo que es lo más sencillo que se puede hacer en el mundo. Cada nota que doy es un sentimiento, un motivo, una emoción… es una parte de mi alma. No es nada difícil, solo tienes que dejarte llevar. ¿Querrías probar?
-¿Yo? No tengo ni idea de música.
-¿Quieres aprender?
A partir de ahí, empecé a preguntarle muchas más cosas; de música, de sus emociones, de su vida, del contrabajo… mientras, él me enseñaba posiciones en su instrumento. Sin darme cuenta, al acabar la tarde, acabé tocando una sencilla escala. Creo que se dio cuenta de que era muy curiosa; a cada cosa que él decía, yo le preguntaba e indagaba. La curiosidad me ciega, sí. Tras cerrar la biblioteca, me invitó a tomar algo. Yo y mi curiosidad aceptamos. Quería saber más de esa persona; me interesaba. No sabía a dónde me iba a llevar a tomar algo, aunque eso poco me importó. Tras andar unos veinte minutos entramos en un pub. Él se pidió una cerveza y, sinceramente, no recuerdo qué pedí yo. Seguramente agua, en esa época no había probado el alcohol. Seguí hablando con él y preguntándole sobre infinidad de cosas. Todavía hoy me pregunto cómo no se cansó de mí. Sin darme cuenta, la noche había caído. Eran las dos y media y aún me quedaba cuerda para rato. De pronto recordé que mi cuerpo tenía ciertas necesidades y fui al servicio. Al volver, me miró y dijo:
-Ahora me toca a mí saber algo de ti.
Lo dijo con una sonrisa preciosa y yo, sin querer, sonreí. Así que quería saber ciertas cosas sobre mí ¿no? Nadie se había preocupado por mí de esa manera nunca, y no supe cómo reaccionar. Me volví a sentar y le dije que vale, que preguntara.
-En realidad solo quiero saber una cosa… ¿me permitirías que te invitara mañana, sobre la misma hora, a salir? Una cena, solo pido eso. ¿Te apetece?
¿A salir? Mi cerebro iba a explotar ¿Para qué quería salir conmigo? Era absurdo. No, peor, era ilógico. Solo habíamos hablado una tarde. Pero seguía tan intrigada por ese muchacho… sin guiarme por la lógica, acepté.
-Vale, perfecto. No será nada serio ¿no?
-No, ni hablar. Todo informal, no quiero seriedad –rió.
Decidimos quedar en la biblioteca a la misma hora que él había entrado. Seguimos hablando un poco más, hasta alrededor de las cuatro de la madrugada. Decidimos irnos, estábamos cansados. Hacía mucho calor, ya que era verano, y no corría ni un poco de viento. Nos despedimos y yo seguí el camino hacia mi casa. No me apetecía dormir. Anduve lentamente hasta llegar a mi casa. Fui directa al cuarto de baño y me duché con agua fría. Seguía sin sueño, así que me puse a leer libros antiguos por la casa. Recuerdo perfectamente esa noche; desnuda ante libros de mi niñez, empecé a devorarlos como si nunca los hubiese leído. En cada rincón de la casa encontré un sitio perfecto para leer; me recosté finalmente en mi cama, aún desnuda, y dormí. Dormí sin soñar nada en concreto.

Desperté al día siguiente a las doce y media. No sabía si desayunar, comer, tomar algo rápido… y, de pronto, sonó el teléfono. Mi tía había muerto.

martes, 16 de julio de 2013

¿Lloras? Pero no solo…

¿Llorar es bueno? Si me lo preguntas a mí, no tendrás una respuesta clara. Me duele llorar. Pensar que puedo pasar otro momento más sin estallar a llorar me relaja. Ni que llorar fuese malo, me digo. Lo veo mal. Sí, porque soy gilipollas. Me siento “inferior” si muestro algo de mí misma. ¿Es malo acaso ser humana y tener sentimientos? Es mejor, así no sufres. O peor, porque precisamente eso es lo que haces; sufrir. Por no poder amar, enfadarte, reír, sentirte persona. No dejas fluir tus emociones. ¿Por qué he de mostrarle al mundo que quiero dormirme en un sueño eterno? ¿Es necesario decirlo para sentirme humana? ¿Por qué no seguir interpretando el papel que yo misma me impuse hace tanto tiempo? Acatar las normas de mi yo anterior, seguir escondiéndome y sentirme presa. Presa en mi mundo de libertad. Esclava de mi libertad, como dije en otro cruce de cables mío.
Por otro lado, las veces que he llorado me he sentido tan… libre. Sí, joder. He estado tan cerca de lo que yo misma llamo perfección…
Mi estupidez crece por momentos. Sí, cuando lloro estoy rozando mi propia definición de perfección, felicidad, alegría… Aunque seguiré interpretando  el papel que me impuse hace tanto tiempo, solo para que nadie sepa que sufro, solo para seguir aparentando un estado de normalidad. Como siempre, me refugiaré en la música… siempre seré su fiel sierva.

¿Llorar? ¿Quién dijo que yo fuera tan sabia como para llorar?

lunes, 15 de julio de 2013

Ansiada libertad.

LIBERTAD

Estoy enamorad de la libertad. Y nunca me he sentido completamente libre. Siempre hay sensaciones que me hacen sentir encerrada, enclaustrada, sin poder expresarme y con miedo de todo y nada. Mi modo de libertad me obliga a no aferrarme a nada, ni a palabras, ni a personas… me gusta pertenecer a mis sueños y a mí misma. Odio que me controlen. No hablo de un control “esclavitud” (que eso me resultaría la peor de las torturas) hablo de un control entre personas. Entre tus “amigos”. Te sientes obligado a hacer algo que no quieres. Y, a parte, con tus parejas. No creo que pueda llegar a tener una pareja estable nunca; son muy controladoras conmigo, todas y cada una las personas con las que he estado. Y mi vida no es así. No me siento feliz. No me siento a mí misma. Es una sensación de agobio y aspereza continua horrible. Prefiero estar sola. La palabra soledad es mi compañera. Aunque eso también te obliga a pensar demasiado en ti. Te conviertes en tu propio enemigo; la persona con la que tienes que convivir el resto de tus días se convierte en tu peor pesadilla.
Pero, si alguna vez pasa eso, puedes seguir pensando… pensando que eres libre y esclavo de ti mismo. Eso también te da para reflexionar; llegará un momento que pensarás tanto que te alejarás de ti, de tu propia persona. De alguien a quien debes querer mucho y respetar: tú.
Reflexionar demasiado te puede hacer un gran observador y crítico. En este mundo de mentiras constantes es una buena cualidad, aunque dicen que la base de la felicidad es la ingenuidad. Yo prefiero ser libre a ser feliz; puede que sea que para mí la libertad es la mayor sensación de felicidad.
“La libertad me hace impresionante” ; lo escuché en un vídeo y, sí, me hace pensar que, en mi propio mundo de libertad, puedo llegar a ser una mejor persona.
No quiero hacer pensar que soy una “anti-social” ni que soy una amargada. Solo aprecio mucho mi mundo y mi espacio personal. También hay muchas cosas que me hacen feliz como, por ejemplo, hacer sonreír a ciertas personas. Me llena el alma de vida ver sonrisas francas, que te transmiten seguridad. Hay personas alucinantes a las que querría conocer. También eso forma parte de mi libertad, conocer a personas asombrosas que quieren ser felices.

“Soy esclava de mi libertad”

domingo, 14 de julio de 2013

Segunda parte "En el mismo bar, a la misma hora".

 "Continuación"

-Buenas – empezó a decir – me llamo Carla. ¿Me recuerdas? Del otro bar.
-Sí, claro – continúo yo – es raro, nunca hemos hablado antes.
Nos reímos y nos miramos. No hay tensión. Al principio me ha resultado violento encontrarme con ella, pero ahora que estoy hablando con ella me maldigo por no haberlo hecho en el otro bar. Estamos a gusto.
-¿Quieres una caña? – le ofrezco.
-Permíteme descubrir antes tu nombre,  preciosa.
Reímos otra vez; yo por mi poca educación al no presentarme, ella, seguramente, por mi cara de estúpida.
-Oh, perdón. Ja ja. Me llamo Raquel. Encantada.
-Raquel, bonito nombre.
-Gracias. Bueno, ¿te sigue apeteciendo una caña?
-Claro, encanto.
Mientras pido otra ronda, ella se quita su chaqueta de cuero negra, y veo que lleva una camisa blanca, sencilla, suelta… preciosa. Se echa la melena negra ondulada hacia un lado de forma muy seductora. Cada vez que me mira con esos ojos oscuros siento que me derrito por dentro. Me vuelve loca.
Desde fuera pareceré idiota. Tengo que decir algo más, si no me quedaré totalmente embobada.
-¿A qué te dedicas? – empiezo rompiendo el silencio.
-Soy arquitecta. Trabajo por la mañana en una empresa con pocos empleados. El sueldo es una mierda, pero voy tirando con eso.
-¿Sólo por las mañanas?
-Sí; es lo único que pedí. Me gusta tener las tardes libres. Puede que por eso cobre tan poco, pero lo prefiero así.
-Ah – chica misteriosa – y ¿cómo es la empresa?
-Es un edificio a las afueras de la ciudad; hay pocas personas: la mujer de la limpieza, tres compañeros más y mi jefe. Por raro que parezca, no nos falta trabajo. Y tú trabajas en…
-En una copistería, desde principios de año.  Antes trabajaba en un conservatorio impartiendo clases de piano, mi verdadera pasión, pero, ya sabes, había que recortar y a los primero que echas no son a los fijos – suspiro -  pero, en fin. No me quejo. Estoy feliz así.
-Pero ¿pretendes seguir dando clases de piano?
-Claro, pero no ahora. Puede que dentro de un año vuelva a dar clase, pero por ahora, no. Tengo que acostumbrarme un poco al maravilloso mundo de las fotocopias.
Se ríe. Tiene una sonrisa preciosa. Miro el reloj. ¡Uf! Ya son las una y media. Yo que no soy muy trasnochadora…
-Bueno – dice ella – creo que me voy a ir yendo ya…
-Si quieres, te puedo acercar a tu casa. Oh, bueno, supongo que tendrás coche, así que…
-No, en realidad no tengo coche. Utilizo el metro para todo.
¡Qué raro! Una chica tan segura, con un trabajo estable y, aparentemente, de buena familia, sin coche. No me lo habría imaginado.
-Entonces está decidido. Te llevo a casa.
-No voy a negar tal invitación, sobre todo si viene de una chica tan guapa.
Sonreímos.
Pago, cojo mi chaqueta y salimos a la calle. Le abro la puerta del coche y, cuando está sentada, cierro la puerta delicadamente. Mantenemos una conversación de poco peso mientras me va diciendo dónde está su casa. Cuando llegamos me invita a pasar. “La última copa”, dice. Aceptaría de buena gana, le digo, pero necesito una ducha, ya que estoy destrozada de todo el día.
Quedamos mañana en el mismo bar,  sobre la misma hora. Salgo del coche para despedirme. Justo al dirigirme hacia sus mejillas para darle dos besos, ella me agarra del cuello con una mano, firme y segura, y me atrae hacia sus labios. Me junto con ella en un beso largo y dulce. Su otra mano recorre mi espalda lentamente y llega hasta encima de mi muslo, mientras yo agarro su cara con las manos y dejo todo mi aliento en este maravilloso beso.
Al retirar mi boca de la suya, la miro fijamente. Sus ojos me hipnotizan. Son de color marrón oscuro, penetrante. Me parece estar observando su alma, perturbada por el beso. Parece que me están diciendo que la unión de sus labios con los míos también ha sido una sorpresa para ella. No puedo creer que no se lo esperase; ha sido ella la que empezó a besarme. Puede que se haya dejado llevar por un impulso… ya da igual. Quiero más. Ahora soy yo la que la atrae a ella cogiéndola de la cintura y acariciándole su maravillosa espalda. La beso más apasionadamente que antes y, sin apenas darme cuenta, nos encontramos dentro del coche besándonos desenfrenadamente.
Cuando nos quedamos sin respiración nos volvemos a mirar. Sus ojos me piden entrar a su casa rápidamente. Antes de que yo pueda decir nada, coge las llaves del coche, me arrastra fuera, cierra el coche con llave y nos plantamos en el portal de su casa. Abre la puerta y me atrae dentro cogiéndome de la cintura para besarme. Respondo al beso de buena gana y cierro la puerta con el pie. Instantes después noto el ruido de la puerta cerrarse detrás de mí. La agarro de la espalda y empiezo a besarle el cuello. Oigo como gime de placer mientras intenta quitarme la camiseta. Viendo sus intenciones, empiezo también a desnudarla a ella rápidamente, entre besos y caricias. Momentos más tarde nos encontramos las dos con sólo el sujetador y las bragas, comiéndonos con la mirada. Yo no puedo resistirme más y empiezo a besar su vientre; unas curvas perfectas donde perderme, pienso, mientras subo hacia sus pechos. Le quito el sujetador que tanto estorba. Empieza a gemir lentamente cuando empiezo a besar sus preciosos pechos. Podría pasarme horas besando cada centímetro de su piel. Su voz me reclama; me pide que la siga besando. Obedezco a la orden y me fundo en un beso intenso. Sin darme cuenta, me lleva a su cuarto y nos encontramos tendidas en la cama.

-Empieza la diversión – me susurra al oído.

En el mismo bar, a la misma hora.

En el mismo bar, a la misma hora.

Su cuerpo se estremeció; a cada mirada su deseo por mí aumentaba; sabía que su mente estaba volcada en mí. Pero yo no quería jugar. No esa noche.
Pedí la cuenta, pagué y salí del bar con paso seguro. Paré un taxi y me dirigí a casa. Necesitaba un baño, estaba hecha polvo. Nunca más iría a ese bar. Siempre que iba allí me encontraba con la misma chica sexy y dulce de ojos marrones y mirada penetrante. Llegó un momento en el cual empezamos a mandarnos notitas. No recuerdo quién había empezado. Un “guapa, ¿qué haces?”, un “¡qué postura más sexy!”; un “buenas noches, preciosa”.
Aquello ya pasaba de castaño a oscuro. No es que no  me atraigan las mujeres, es que no la conozco de nada.  Nunca jamás había escuchado su voz. Solo había visto su letra; su firme y precisa letra. Pero todo esto ya pasó. No iría más a ese bar. Ya era hora de buscar otro antro, con música de fondo y putas en las esquinas. Así todo cambiaría. A mejor… o eso esperaba.

  2 Semanas después
¡Por fin había encontrado un bar con blues! Ya pensaba que no daría con mi lugar ideal. ¡Qué susto! Un buen sitio donde relajarme después del trabajo, sí señor. Un camarero honrado con el que se podía entablar conversación a menudo, buena cerveza a ritmo de jazz. ¿Qué más se podía pedir?
Siento como un dedo me reclama detrás de mí, así que me giro.
Es ella

¿Cómo puede estar aquí? Creía que me había librado de ella.